50 mmHg (Sin cuenta milímetros de mercurio)
Pangui, 2021-2022. Museo de Arte Contemporáneo Quinta Normal

50 mmHg (Sin cuenta milímetros de mercurio) es una obra instalativa que se compone de dos elementos principales; objeto y video. Esta obra se comienza a gestar a partir de las experimentaciones que llevé a cabo con mi propio cuerpo durante la cuarentena por Covid-19 a principios del año 2020 donde inicié una etapa explorativa presionando palabras sobre mi piel hasta dejar una huella deleble. Un gesto simple  que se comienza a complejizar en el proceso de este ejercicio de insistencia donde se pretende una concordancia entre la palabra que se marca, el gesto con el que se genera esta marca y la parte del cuerpo en donde queda y desaparece esa huella. Para esto cree una pieza de acrílico termoformado a mano que envuelve el brazo y lo aprieta por medio del mecanismo de un esfigmomanómetro aneroide con el propósito de marcar la palabra “presión” sobre la piel en un acto performático donde se busca experimentar y meditar sobre las diferentes presiones que resiste un cuerpo (física, psicológica, social, emocional, etc), por otro lado, la pieza audiovisual, que funciona como registro, se ha realizado con el objetivo de acercar al espectador a la experiencia de ese espacio “psicoemocional” que comienza y termina con la performance.

50 mmHg (Sin cuenta milímetros de mercurio): La presión como experiencia 
El espacio dispuesto, el cuerpo preparado, las luces encendidas y escucho la señal. Tomo aire y camino lentamente hasta la sillita blanca frente a mí, la acomodo, me siento y reposo los dedos nerviosos en el borde de la mesa de vidrio. Levanto la mirada y me encuentro con el rojo traslucido del objeto sobre la mesa, leo la misma palabra que he visto una y otra vez durante meses, la recorro y la reviso para notar que a penas la reconozco. Tomo posición y me preparo para comenzar, respiro profundo y coloco el brazo dentro del dispositivo que se siente frio y envuelve mi piel con un color rojo brillante. Con la otra mano tomo la pera de goma negra que esta sobre la mesa y la acerco a mi pecho, vuelvo a respirar profundo, la aprieto y la suelto, una vez, dos veces, como si me estrujara yo misma el corazón, tres veces, cuatro veces... y mientras llevo a cabo este acto comienzo a repasar en mi cabeza los últimos dos años de mi vida hasta llegar a este punto.
Cada vez que presiono con la mano, el brazo queda más apretado, la piel se expande rellenando los huecos que forman la palabra en el acrílico y comienzo a sentir la sangre acumulándose en la punta de mis dedos. Me pierdo en las diferentes nociones de la palabra y en como el cuerpo resiste desde que es cuerpo; lo primero es la gravedad, esa fuerza que nos opone resistencia desde que nacemos y que no abandona ni a nuestros huesos, vienen a mi las presiones de mis padres; sé profesional, sé tolerante, sé feliz (que injusta es la obligación de tener que ser feliz). El cuerpo resistiendo a las convenciones sociales, a las obligaciones normales, a la ansiedad, al tiempo y a los pensamientos. El cuerpo que resiste la pérdida de los otros cuerpos y lamenta injustamente los recuerdos. La presión y la depresión, el cuerpo femenino que parece ser más rojo que los otros cuerpos, un cuerpo que camina, danza y se quema. Calor, dolor, amor. Por un momento me pierdo en el objeto frente a mi (en mi) que deja ver la piel ahorcada, bañada por un color hipnotizante: el rojo del cuerpo femenino que arde y grita en el silencio de una marca.
“El corazón se vuelve una exigencia en el lenguaje. Las palabras conducen a más palabras. Pueden tomarse de sus extremidades. Los cuerpos no conducen. Son conducidos y, sin embargo, se acaban.” (Marchant, 2020)
Comienzo a sentir el brazo acalambrado y llega esa incomodidad que me ha llevado a trabajar en espacios de insistencia y de resistencia durante todo este proceso. Recuerdo las pruebas de los prototipos anteriores, la inmovilidad y cómo en cada repetición se iba produciendo daño y fatiga en mis articulaciones, tendones, músculos y piel. Sacrificar el cuerpo, presionar la carne, aplacar las ansias. Hacer por el arte, hacer todo lo que hay que hacer por mantener la memoria. El ardor en la piel comienza a calmar mis pensamientos para recordar con más claridad y voy hacia atrás evocando sensaciones. Aparece la presión de las relaciones, de la familia, de la profesión, de tener, de perder, de seguir y de cada expectativa que suma su cuota. Recuerdo lo viejo, lo nuevo y una crisis no tan nueva que culmina en un país que estalla por tanta injusticia, días oscuros en los que parecíamos protagonistas de una película bélica sin saber que más adelante nos golpearía algo tan catastrófico como una pandemia. La presión del hacer, del no saber, la presión de vivir, pero siempre al final la muerte.
Y vienen a mi mente los primeros reencuentros luego de medio año de cuarentena, ese primer abrazo con mi papá después de tantos meses sin vernos y las pequeñas reuniones con los que siempre han estado, pero también el volver a esos lugares que se esfumaron, las palabras que sobraban entre lagrimas y abrazos, las caricias de otro cuerpo “extraño” y las risas que luego se apagaron. La música, la noche, la libertad!, volver a bailar en las calles, tan fugaz. Recuerdo a los que hace poco nos dejaron, pienso en mi propia mortalidad y siento la presión en el cuerpo recordándome que sigo viva, que estoy aquí, pseudo respirando pero con el corazón latiendo.
“Mirar el lenguaje de cerca y pensar que la cercanía es suficiente... En el lugar de la mano, el vacío de otra extremidad. Un cuerpo necesita ser abrazado porque es un cuerpo, con la presión se apacigua. No es una necesidad sensible, sino vital.” (Marchant, 2020)
El medidor de presión marca los 50 milímetros de Mercurio y me detengo, intento respirar pero no puedo. Cincuenta... cincuenta... sin cuenta, no se puede contar, no se puede medir y noto que ese ahogo es demasiado familiar, pero no es falta de aire, es exceso de ganas. Siento la electricidad pegada a mi piel mientras la sangre fría hierve y presiona desde adentro, y parece que te rompes. Una sensación impronta de nostalgia que brota en los momentos de quietud donde la calma me destroza los nervios, la espera, la maldita espera donde agobian las emociones. ¿Cuánta presión se siente durante una espera?. Logro respirar y pienso que quizás esto es lo que sientes cuando intentas no sentir, cuando los recuerdos se vuelven razones o cuentos que superan al cuerpo.
Intento re configurar esta sensación conocida, asfixiante y recuerdo que mientras el tiempo pasa va quedando una marca. Comienzo a imaginar que mis pensamientos se transforman en emociones borrosas que pasan por entre los tubos de goma hasta depositarse en mi piel como palabra que queda hasta disiparse, hasta que todo pase. Resistir al tiempo y engañar al olvido. Dejar, heredar, permanecer, sea como sea nuestra existencia algo deja. El cuerpo, como espacio de resistencia donde aparece y desaparece un recuerdo, es un mapa de memorias en el que persisten las sensaciones y donde pareciese que, al igual que con otras experiencias, esa huella que se desvanecerá con el tiempo quedará aunque de otra forma, mucho más profunda que cuando podía ser leída sobre la piel. Me preparo para liberar la presión del brazo y acabar con ese dolor que apacigua las ansias, me mentalizo en dejar escapar tanto el aire como el peso de mis propios pensamientos, al finalizar la performance siento que me libero del pasado para seguir avanzando, sin olvidar pero sin el peso de los recuerdos. Saco el brazo del dispositivo, observo la palabra marcada en mi antebrazo y parece que toda la presión acumulada hubiera sido extraída del interior de mi pecho para ser expuesta en la piel, sin embargo, al verla no puedo evitar recordarme a mi misma que como humanos a lo máximo que podemos aspirar es a dejar una huella.

Marchant, J. En el lugar de la mano, el ímpetu de un río. Editorial Bisturí, 2020. Obtenido en https://piranhamx.club/index.php/quienes-somos-2/oidos-negro-poesia/oidos-negro-poesia/ 1052-dobles-5-set-ineditos-julieta-marchant-enrique-winter-seleccion-victor-hugo-diaz
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